jueves, 8 de enero de 2015

El ciempiés I - Nocturno

Nota del autor: Llevo aproximadamente una hora escribiendo y el gran ciempiés que me obliga a gritos a seguir haciéndolo paradójicamente ha ido devorando todo hoja a hoja tan pronto como terminaba de escribirlas. Ahora que acaba de caer dormido, aprovecharé para proseguir mi relato de esta noche recién pasada, pero no puedo garantizar que el ciempiés no despierte y después vuelva a dormirse, así que habéis de perdonarme si encontráis partes inconexas en la historia. Son las seis de la madrugada.

- Somos como hombres lobo - dijo -. Cantamos a la luna cada noche, pero no importa si está llena o vacía como nuestras botellas.

Me gustó la idea, así que me sumergí en el batido de música electrónica y cuerpos de la discoteca. Me acerqué a una chica rubia que me pareció pintada como en un cuadro de Van Gogh y laceramos nuestros cuerpos con la fricción o ficción del olvido.

En algún momento encendieron las luces y, como seres nocturnos, nos dirigimos hacia una salida y vuelta a la oscuridad. Afuera caían copos de cemento y la gente corría a los coches, los taxis, los autobuses, sus casas, todos empapándose de esa sustancia gris y pegajosa. Yo me refugié del cemento bajo un balcón del edificio, junto a una chica que daba una profunda calada a un porro.

- Los escritores como tú perdéis la cabeza vomitando y vomitando ruido en vuestros cauces de tinta, sin reparar en que, en el fondo, sólo perseguís el silencio - me dijo.

Acabamos en su casa, desatando los segundos, rompiendo ese ansiado silencio entre besos y gemidos de los muelles de su cama, que sonaban a sexo viejo. Ya después, cuando las sábanas habían crecido como enredaderas en torno a nuestro cuerpo, hubo un instante en que nos unimos a través de la piel, como dos gotas de agua se juntan, y ella me vertió sus verdades y yo le vertí las mías.

Estaba de nuevo en la calle y me sucedieron varios acontecimientos insólitos en la vuelta a casa por caminos desconocidos que ni vi ni recuerdo. Había dejado de nevar cemento, así que las calles ya estaban puestas y casi repuestas de la noche de excelsos excesos. Aún se respiraba el aire limpio y frío previo al amanecer, pero de vez en cuando alguna bestia mecánica temprana aparecía rugiendo a cachivaches y abriendo heridas en la oscuridad con sus ojos brillantes, y después se perdía de nuevo devolviéndonos (digo, al ciempiés y a mí) el silencio limpio y frío, como si sólo hubiera sido una perturbación ocasional y después lo hubiera engullido la vorágine de olvido y hubiera pasado a amanecer en otro mundo, quizá en otro universo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario