viernes, 10 de agosto de 2012

La poesía

Dedicado a todos los versos escritos (o sólo pensados, quizá) para ser olvidados.

Me hablaron de la poesía como quien habla de una leyenda lejana y poco creíble, de un monstruo enorme al que se adora, como de un misterio, de una fe ciega e incomprensible. No os creáis estas mentiras. Es cierto que la poesía es mi única fe, pero jamás ciega. Todo lo contrario: para percibirla no hace falta nada más que abrir los ojos y mirar al mundo.

Abrid los ojos. Os daréis cuenta de que, de pronto, el mundo cobra toda su belleza escondida y cada gesto, cada pequeño movimiento, enternece, y cada instante se convierte en eterno. Es la poesía.

En ocasiones me sucede que camino ciego por la calle y, de pronto, un paisaje peculiar o, muchas veces, una joven guapa me hace abrir los ojos. Los versos entonces se precipitan y desbordan mi cabeza, como un torrente salvaje e interminable. Los recito silenciosamente y siento que casi alcanzo a recoger la poesía de tal o cual instante.

No ocurre así cuando escribo. Es normal, al fin y al cabo. La poesía es bella. La poesía es efímera, por tanto. Escribir con tinta no deja de ser una forma cruel de encerrarla entre estos muros de papel cuadriculado. En vano. No se puede encerrar a la poesía. Tampoco los versos que recito silenciosamente en mi cabeza lo consiguen, no es más que una ilusión inscrita en la magia (la poesía) del momento.

La poesía es la energía con la que VIVE el mundo, con la que VIVE nuestra naturaleza y VIVIMOS, muchas veces sin saberlo, nosotros mismos. La poesía está hecha para perderse entre cada instante del tiempo. Y no hemos de lamentarlo. Encerrarla entre tinta o palabras, intentar grabarla en la mente de la humanidad para que no se convierta el polvo a cada momento, significaría arrancarle su esencia. Jamás he conocido a nadie que sepa encerrar un suspiro, es tan bello el olvido...

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