viernes, 13 de julio de 2012

Más triste que la lluvia

Conozco una palabra más triste que la lluvia:
es un silencio.
Un rincón inmenso donde los sonidos se olvidan de sonar
y la noche se olvida de ser luna y de ser estrellas.
Alzo la vista.
El vaho de la ventana encierra una esperanza sin contorno,
un reflejo indefinido de una imagen perdida de antemano.

Allá afuera: un cuadro sin sentido.
Los azules (oscuros) se apelmazan y lloran
mientras los amarillos (mojados) observan impotentes.
Hay un horizonte de amapolas disecadas.


Mis poros esnifan humo de tinta resecada y marchita
tras tanto uso inútil.
Mis manos se asoman, entre mi cabello, al precipicio
que describe la agonía en su cuaderno de bitácora.
El reloj tintinea las horas
en torno a la playa de ceniza, sacudido por las olas
de espuma que resbalan desde mis mejillas.

Llegaron entonces los rojos y los morados.
Se rieron, con cierto sarcasmo delirante,
de los anteriores. Los humillaron. Es bien triste
quedarse quieto, llorar en silencio.
Más triste que la lluvia.

Por favor. Que alguien me tienda un beso
una mano acaso, un abrazo, un suspiro incluso.
Que alguien se acerque, sí,
y tome mi mano temblorosa y me arrastre lejos
de este silencio que roe mi cuerpo.
No me importa
volver a morder el polvo del camino,
tengo ya su sabor engastado en los labios.

Pero, ¡por favor! Que alguien me lleve lejos
de este silencio,
de este silencio que roe mi sonrisa.
¡Que desempolve mis labios con mil besos
de luna seca!
¡Por favor!
¡En mi corazón se atraganta el olvido!

Luna, luna, luna.
Y uno y dos y tres.
El silencio, como las ratas,
roe mis pies.
Espero de pie una mirada
que cambie el mundo.
Y uno y dos sin tres.

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