viernes, 20 de abril de 2012

Nunca hubo palabras

Fue mi último disparo
de un revólver sin balas,
mi esperanza escupida a la acera
sin amor ni alas.

No sé por qué hubo de hundirme tanto
aquel silencio
si, en realidad, ella nunca dejó de guardar
aquel silencio

Donde las miradas valían más que mil palabras.
Donde los labios secos, inmóviles,
valían más que mil miradas.
Donde el silencio valía
más que mil sonrisas, inmóviles, sin sonrisa,
más que mil besos de vacío agrietado.

Silencio. Siempre fue el mismo silencio
de palabras que no significaban nada.
Palabras muertas y, a veces también,
sonrisas muertas
servidas frías, como entrante
para los abrazos amargos.
Nunca hubo, realmente, palabras.
Fue todo una ilusión de los pitidos
del ordenador
y el rugido monstruoso de un autobús en marcha.
Nunca hubo palabras.

Entonces, no sé por qué disparé aquella última balla
de mi revólver sin balas
contra mi alma de esperanzas cementadas
sin amor ni alas.
No sé por qué me sorprendió
encontrar nada detrás de la nada
como quien abre un baúl antiguo
a sabiendas de que está vacío
y grita al no encontrar recuerdos.

Ahora ya me aburre tener esperanzas.
Me cago en las sonrisas y escupo
en los abrazos amargos.
Muerdo las manos tendidas, hipócritas,
y araño el silencio
hasta que mis uñas lo desgarran
con chirridos de un baúl antiguo
que mis lágrimas abren.
A sabiendas de no poder encontrar recuerdos
porque no hay nada detrás de la nada.

Nunca hubo palabras.

miércoles, 4 de abril de 2012

La curvatura de una sonrisa

Añoro
del verano esos días
donde el tiempo no existía
y cada instante transcurría
como si jamás fuese a acabar.

Y ahora lloro
por los vasos de sonrisas
que dejamos a mitad,
por esas noches perdidas
que encontramos en un bar.

Guardo
la nostalgia ininterrumpida
en una carta de noche en mi mesita,
en un trago de tequila
escrito en versos de amistad.

¡Grita!
El sol aún guarda en su memoria
la historia de nuestras almas tendidas
en la arena.
Y las noches de luna llena.

¡Grita!
Por todos los abrazos que diste sin dudar,
por todas las rosas que arrugaste en el mar,
por todas las veces que prometiste no llorar
y susurraste palabras tristes sin pensar
que tu mirada nunca había dejado de brillar
y en tus labios aún se podía vislumbrar
la curvatura de una sonrisa.

Palabras al miedo

De un artista inconcluso al miedo,
al pánico escénico:
Me quedé sin palabras.

Culpa

Escribí (no diré "de noche")
y entregué mis lágrimas al azar
para que me tiraran las cartas.
Encontré piedras en el camino
y las pateé
con la violencia del óxido que se desprende de los coches
abandonados.
Tomé en mis manos un diente de león
y, en vez de soplar para iniciar su vuelo,
aspiré hacia dentro y tragué
mis propios sueños.
Siempre estuvieron pintados en la pared,
como bellos graffitis de un artista incomprendido,
y yo mismo los arranqué,
sin pena ni gloria, con mis propias uñas,
y a lametazos y mordiscos
los condené al olvido.

Y si ahora me arrepiento de todo aquello,
si ahora relato o versifico (sin pensarlo
en realidad apenas),
escupidme a la cara.
Sé que es mi culpa. Lo sé.
Escupidme.
Fue mi culpa,
como siempre.