domingo, 13 de febrero de 2011

A un olmo de cemento o Denuncia al Ayuntamiento de Soria


"Os escupo en la cara."
F. G. Lorca


Era verano.
Fui a Soria a ver a un antiguo amigo de Machado
que decían que aún vivía.
Esperaba encontrarme
a un olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido.
Cuál fue mi sorpresa al ver
que el olmo seco había muerto ahogado por el cemento
de las crueles manos de los hombres.
Cayeron lágrimas por mis mejillas
de tristeza y conciencia cansada.
(formaron flores de luto al estrellarse a los pies del árbol)
En un brote de rabia y odio
estuve a punto de arrancar con mis propios dedos
aquella fría piedra
(¡qué digo, piedra! ¡El cemento no merece siquiera eso!).
Otros dedos me frenaron.
Me intentaron convencer de que aquéllo era la bueno,
"así el olmo vivirá más tiempo".
Yo salí corriendo rápido,
no queriendo ver aquel trágico desenlace que ahogaba mi corazón.

Me he sentido culpable
desde entonces de la desdicha del olmo seco.
Debí arrancar cuando pude aquel cemento podrido.
Debí quemar aquel día
el olmo viejo
para que sus cenizas volaran hacia el cielo
y así librarle de aquella muerte patética y tortuosa.
¡Más bello hubiera sido su recuerdo en el aire que no manchado de cemento!
Debí hacerlo.
Pero soy cobarde
(casi tanto como cualquiera de vosotros).

Ahora, mi único desahogo es
escribir estos versos
y hacerlos llegar a aquella sarta de asesinos.
A vosotros, que matasteis al viejo árbol, os pregunto
si es que estáis horrorizados con vuestra propia muerte
para propiciársela a otros,
si es que estáis tan ciegos como para no ver
que este olmo de cemento sin vida no es aquél
al que Machado dedicó sus versos, aquél al que
algunas hojas verdes le habían salido.
Os pregunto
si sois tan estúpidos como para pensar que,
en cualquier caso,
le hacéis un favor al olmo (siquiera a su recuerdo)
perpetuando su existencia a cambio de arrancarle el alma.
Os pido,
os suplico, por favor, si no es por mí ni por el árbol
por la memoria de vuestro "querido" Machado,
que lo hagáis arder (¡vosotros, los culpables!)
como yo no pude un día.
De todas formas, no tenéis perdón.
Si por mí fuera,
volcaría un vagón de cemento sobre vuestras cabezas
para que murieseis ahogados como murió el olmo.
Después, lo arrancaría con mis uñas
(tal y como no hice entonces)
y os escupiría en vuestra podrida cara.

sábado, 5 de febrero de 2011

¿Quién soy?



Me preguntas quién soy. Yo sonrío y empiezo a imaginar. Imagino poco a poco todas las cosas que jamás he pensado. Un paisaje de miel perfecto. Un unicornio de agua que apaga el sol con su llanto. Un coche aparcado junto a un olmo seco de cemento. Un pájaro cuadrado que trina entre putrefactas bebidas alcohólicas. Un hatajo de humo encerrado en un saco. Un poco de pan sin miga sobre el asfalto. Una flor deliciosa navegando mi paladar ciego. Tantas historias inacabadas llenas de finales felices desconocidos. Tantas lágrimas sin amor, amor y tantas lágrimas. Tantos ideales inalcanzables, tanta esperanza encerrada con llave. Tanto rigor de nubes inexistentes. Tanta paciencia de hierbajo arrancado. Tanto olvido colmado más allá del vaso, de una lámpara amarillenta sobre un estuche encarnado.

¿Quién soy? La risa cristalina de un pequeño hombrecillo llega hasta mis párpados desde los cascabeles del cielo. ¡¿Quién soy?! Si al menos pudieras preguntármelo. Si al menos supieras que todo lo que creo en realidad es falso y precisamente por eso lo creo: por esperanza (¿remember? HOPE). Me preguntas quién soy. Yo te diré que no creo ser lo que soy, al igual que no creo nada de lo que pienso, nada de lo que hago, nada de lo que digo, nada de lo que creo. Pero, precisamente por eso, por mi esperanza, no tendría sentido preguntarse quién soy sin llegar a un absurdo.

Un absurdo. Yo siempre fui un niño. Aunque mi cuerpo buscara revestirme con paños grandes y viejos. Aunque mi cuerpo grande alguna vez venciera, yo sólo fui un niño que jugaba. Más allá de eso, mi cuerpo es una mentira tan grande como un absurdo, o, si lo prefieres, como mi propio ser. Si busco peonzas rosas, ¡es sólo por divertimento! Un simple juego entre otros tantos. Ver rodar a la peonza rosa y caer de nuevo. Rodar y caer y caer y rodar sobre un campo verde, respirando aire de amapolas. Es sólo otra forma más de engañar a mi estúpido cuerpo grande. Así estamos los dos contentos. Él porque ama, yo porque juego.

Aparte de eso, volviendo al tema, si me preguntas qué soy (o en qué creo, que viene a ser lo mismo), te diré que soy poesía. Lo demás, todo lo demás que puedas ver con tus ojitos azulones, sólo son inventos estúpidos de imaginación aburrida. Pero no pienses que es mala y quiere engañar. Es sólo por dejar tranquilo mi cuerpo, mi pequeña mascota incómoda e inexorable. Calla un momento, creo que está despertando. Silencio, ha abierto un ojo. Vuelve a dormir plácidamente. Bien, por el momento podemos seguir conversando por siempre, amigo.

Poesía. Eso es lo que sugieren mis ojos inventados, acaso, cuando se pierden entre los proyectores de las clases tristes de la mañana. Es lo que sugieren mis párpados cerrados cuando duermo. Algo demasiado complicado de intuir. Profundicé muchas otras veces en este tema. Intenté buscar su esencia en las diferentes cosas falsas. La ciencia, la filosofía, la religión, la naturaleza, las sonrisas, las peonzas rosas y los peluches. Entre ellas, las tres últimas son, sin duda, ciertas. Encierran algo de poesía, ¿verdad? A cada cual más y en orden creciente (primero el 1, después el 2... ¿remember? HOPE). Pero es algo ya demasiado complicado, que se entrelaza y se vuelve a entrelazar. Y rueda, y cae, y gira y gira y gira. Y entonces comprendes que no son todo más que vueltas de una misma peonza (no la peonza rosa, no, esa quedó ya olvidada). 

¡Es para morirse de risa! ¿No crees? Otro absurdo de nuevo. La poesía, por ser lo único en lo que creo, se convierte en lo único que no existe (no hace falta decir que el resto de cosas tampoco, eso ya lo comprendiste). Y, precisamente por eso, paso a quererla aún más, a buscarla más detrás de cada rincón y dentro de cada esquina. Con una sonrisa estúpida de esas que dedico a los semáforos. ¡La risa cristalina de un hombrecillo llega hasta mis párpados desde los cascabeles del cielo! ¡Inocencia de niño pequeño! ¿Por qué todo esto? Por encontrar una clave para nuestra vida, sin duda. Yo ya encontré la mía, ¿remember? ¡Todo gracias a tu ayuda!


Sin más, me despido, deseándote buena suerte en tu búsqueda. Intentaré ayudarte como tú lo hiciste conmigo.

Ahora, espero que tu pregunta haya quedado respondida. ¿Oyes tú también la misma risa que yo oigo? ¡Ja, ja, ja!

¡Volad hacia arriba!



Estamos dando un paseo por el centro. Alguien pregunta: "¿A dónde vamos ahora?". Yo respondo alzando mi dedo índice hacia arriba. Me miran perplejos y repiten: "¿Qué hacemos ahora?". Y yo simplemente pronuncio una palabra: "Volar", señalando aún con el dedo índice hacia el infinito. Me vuelven a mirar perplejos, hacen una extraña mueca y repiten la pregunta. Y yo desisto.

Misma situación repetida millones de veces. Otra variante, quizá, es la siguiente. Estamos en clase. Alguien busca un bolígrafo. Pregunta: "¿Alguien ha visto mi bolígrafo?". Yo señalo hacia el techo con mi dedo índice. Levanta una ceja y repite: "No, digo que si habéis visto mi bolígrafo". Y respondo: "Sí", con el dedo aún apuntando hacia el horizonte blanco y una sonrisa estúpida (de esas que se suelen dedicar a los semáforos). No me responde, pues no lo entiende.

No, nunca lo comprenderéis (igualmente, tengo esperanza de que lo consigáis). No se llega a ninguna parte caminando con la vista en el suelo o, los menos necios, hacia adelante. Pero vosotros os obcecáis como borregos en no ver nada más allá de la calle, del bar de enfrente donde la gente se apelmaza para entrar bajo su cartón de madera podrida. Bajo su inmenso estiércol putrefacto, deshecho, escupido, asqueado. Os obcecáis en saber las mismas cosas de siempre, en seguir engañados con mentiras crueles que duelen vuestros maduros corazones. Creéis en religiones a las que llamáis ciencias y os sentís seguros detrás de su apariencia de verdad. Y desdeñáis cualquier otra cosa, llenos de objeciones, de prejuicios sobre las cosas, de estipulaciones, de normas, llenos de los límites de los números.

Yo, en cambio, los sé comprender igual que comprendo si un unicornio pasa trotando por delante de mi ventana. Y diréis: "Qué hipócrita, se quiere dedicar a estudiar Física". Y os responderé: "Adiós y gracias por jamás haberos conocido, de la misma forma que vosotros nunca me conocisteis a mí". La física, si es que me gusta, es sólo como distracción infantil para mi mente. Una errante forma de explicar un mundo imaginario. Pensar que ocurren cosas que no pasan. Es similar a aquello que llamáis imaginación, ¿no? Yo sé comprender los números, pues cada uno de ellos necesita un cuidado y mimo especial. El 1 es demasiado tímido. El 2, demasiado ambiguo. El 3, demasiado solitario. Los demás números grandes son, como las personas, inútiles. Y queda por decir el 0, el más poderoso y engreído de todos.


Os preguntaréis por qué sé todo esto, quién fue mi maestro (puesto que vuestra mente de personas grandes no sabe entender las cosas de otra forma que como ha de ser). Pero seré bueno, os lo diré. Me enseñó un día un viejo barquero soñador a comprender siempre con el corazón, nunca con la mente. Yo os intento transmitir las enseñanzas, como heredero de tal fortuna magnífica. Y si fallo, pues siempre fallamos en todos nuestros cometidos, no es sino para reemprenderlo con más ganas que nunca, con más imaginación que nunca (excepto quizá, aquella vez, en la Ciudad mágica). Os tomaré de la mano y os llevaré a volar conmigo. Volaremos más allá de los peces sin mar, de los horizontes tranquilos y blancos, más allá de todas las cosas más bonitas del mundo que jamás vimos. Nuestro único objetivo será estrellarnos entre la espuma de plata y el mar.


¡No, compañeros, no miréis hacia abajo! ¡La caída será siempre más dulce si miráis hacia arriba! ¡Hacia arriba!

Una palabra muda




Una palabra muda es
una nota de Re menor en el cuarto
vacío y lleno de polvo.


Es una mirada lejana
en los jardines que los caracoles abonan,
allá donde caen las hojas marchitas.
Es una mente ausente
que busca iluminar el Universo
con su extraña voz soñadora.
Una amapola rota.
Un paisaje de cemento.
Es un páramo de piedra,
de silencio sin nubes
y negro oscuro.
Es el néctar escrupuloso
que endulza mis oídos con amianto,
con podredumbre de madera.
Un unicornio sin cornamenta.
Una sonrisa triste, falta de sonrisa.


Una palabra muda
es el llanto de un ballet
con figuras de cristal.